Más que mártir

Más que mártir

19 mayo, 2021 Noticias 0

Fatídica jornada para la Revolución. El 19 de mayo es un día histórico en Cuba, como lo hubiese sido cualquier fecha que marcara la muerte de José Martí, el gran cubano, el sempiterno, el Maestro, Apóstol, creador, Héroe.

Sobre el suceso, hace ya 126 años, ronda el imaginario, con teorías acerca de las últimas horas del Apóstol, su vestimenta, su decisión de combatir o no. No obstante, el combate en Dos Ríos, de poca trascendencia desde el punto de vista militar, quedó grabado en la historia como el estreno fatal del más completo de nuestros patriotas.

Investigaciones históricas refieren que, después de intentar ocultarse y de haber sido registrado, fue Carlos Chacón, mensajero mambí encomendado por Gómez de adquirir mercancías en Ventas de Casanova, quien finalmente dijo al enemigo la ubicación de los patriotas y quiénes los dirigían. Así decía la nota que le encontraron:

«Al cantinero de Ventas de Casanova. Tengo entendido que vende muy caro a las tropas cubanas; dígame si quiere ser cantinero español o cubano para determinar.- Máximo Gómez»

Mientras, los mambises, asentados desde el 13 de mayo en los ranchos abandonados de los hermanos Pacheco, entre Bijas y Dos Ríos, disfrutaban de la experiencia y valentía acumuladas en José Maceo, Gómez, Bartolomé Masó, Martí y otros valientes.

El 19 por la mañana regresa Gómez al campamento después de perseguir a las tropas de Ximénez de Sandoval desde el día anterior, quien ya sabía de los mambises gracias a Chacón. Se encuentra con que ya Martí ha adelantado la cariñosa bienvenida a Masó, que había llegado también el día antes, al atardecer, y le da un cálido abrazo. Los tres se retiran a conferenciar y, aproximadamente poco más de una hora después, luego de finalizada la revista militar, se dirigen a sus hombres con palabras de aliento, valor y sabiduría. Según datos, los escucharon allí unos 400 patriotas.

Se disponen a descansar despúes del almuerzo en la casa finca, pero el aviso de que hay disparos en vuelta de Dos Ríos echa por tierra el plan inicial. A la orden de “¡A caballo!” de Gómez, salen todos en dirección al enemigo. Martí va también.

El historiador cubano Rolando Rodríguez, en su libro “Dos Ríos; a caballo y con el sol en la frente” (2002) esclarece gran parte de lo acontecido a partir del análisis de documentos en archivos militares de la época:

“(…) Gómez asegura que antes, a cierta distancia del enemigo, le instruyó al Apóstol, que vestía de saco negro, pantalón claro, sombrero negro de castory borceguíes negros y galopaba a su lado, que volviera a retaguardia. Aquel no era su lugar, le apremió. Gómez sabía que su compañero, rebosante de voluntad de lucha, no era uno de aquellos centauros capaz de batir al enemigo con tajos poderosos de su machete o disparar el remington de manera certera desde la montura de su cabalgadura

Sin embargo, no radicaba en esto su preocupación. Había algo mucho más determinante: el valor trascendente para la revolución de aquella vida que, de hecho, temía por la dureza de la defensa española, que presagiada la retirada y el revés, decidió avanzar heroicamente quizás con la idea de que su ejemplo podría arrastrar a una tropa que Gómez apuntaría en esos momentos que flojeaba y le faltaba brío. Sin dudas, en aquellos instantes, recordó que él era el hombre que hacía poco, con su apasionada convocatoria, la había enardecido”.

Martí hizo caso omiso de las órdenes de su amigo. Según el historiador, posiblemente se quedó merodeando, a la derecha de la contienda. Al ver a Gómez enfrascado en las acciones de los contrarios y en dirigir a los suyos, aprovechó y se lanzó hacia la querella, conminando a Miguel Ángel de la Guardia Bello, joven de sobrado valor, a cargar juntos, como muestra del arrojo cubano.

 “En la mano solo llevaba, aquel mediodía, su revólver colt con empuñadura de chapas de nácar, regalo de Panchito Gómez Toro. Los dos jinetes se hallaban a unos 50 metros a la derecha y delante del general en jefe de las armas cubanas cuando, sin saberlo, presentaron un blanco excelente a la avanzada española, que estaba envuelta por los yerbazales del campo de batalla. Al pasar entre un dagame seco y un fustete corpulento caído, los disparos de los emboscados dieron en el cuerpo del Maestro, la luz cenital lo bañó, soltó las bridas del corcel, y su cuerpo aflojado fue a yacer sobre la amada tierra cubana. De su revólver, atado al cuello por un cordón, no faltaba ni un cartucho. Había acontecido la catástrofe de Dos Ríos”.

Al Héroe lo impactan tres balas: una en el pecho, otra en el cuello y otra en el muslo. Baconao, su caballo, también recibe una en el vientre, pero sobrevive. Su hogar será la finca Sabanilla, donde Gómez lo deja con la expresa indicación de Martí de que nadie jamás lo monte.

Al ver con horror el incidente, Ángel de la Guardia trató de recuperar el cuerpo, mas, el apremio de verse solo frente a los tiradores, la conmoción increíble ante el cadáver de tan inmenso ser, o quién sabe qué razones internas, le impidieron cumplir sus heroicas intenciones. Partió como una exhalación en busca de ayuda. Ante el general Bartolomé Masó no pudo dar cuenta de si Martí estaba herido o muerto.

Incluso ante la confusión de caídos de uno y otro bando, las fuerzas de la metrópoli notaron en el cuerpo inerte un porte señorial, “al que la muerte no pudo arrancar su aire de distinción y de nobleza”, según el historiador Rolando Rodríguez. Tanta fue la impresión, que su cadáver no fue tirado, sino colocado sobre un mulo, para luego encontrar cristiana sepultura.

Al conocer el hecho, el capitán español Antonio Serra Orts, presente en el combate, pronunció: “Pues me alegro que caigan pájaros gordos; no siempre han de ser los muertos esos héroes anónimos que son los que verdaderamente se baten”. Y luego reflexionaba, intentando comprender por qué un futuro Presidente de la República Cubana-según sus propias notas- se batiría como un guerrillero.

Al registrar el cuerpo, encuentran varios documentos, entre ellos la famosa carta inconclusa al queridísmo mexicano Manuel Mercado, interrupta su redacción debido a la efusiva bienvenida que Martí diera a Masó aquel 18 de mayo. También hallan su reloj y su pañuelo, ambos con las iniciales JM.

LA DESPEDIDA

Inspiró respeto más que odio en mambises y españoles. Por lo que varios se empeñaron en ofrecer tributo a su persona. En el lugar donde cayó, José Rosalía Pacheco y su hijo recogieron la tierra anegada en sangre y la guardaron en un pomo. Luego, gracias a una encomienda del presidente de la República en Armas, en octubre de 1895, Enrique Loynaz del Castillo y José Pacheco elevaron el primer homenaje: una cruz de madera encima de la botella enterrada, guardando parte de la tierra que la sangre martiana bañó.

Luego, Gómez, Calixto García y otros, fueron dejando piedras en el lugar, como recuerdo de tan dolorosa fecha, así hasta el final de la guerra en 1898. Luego los restos de Martí fueron trasladados por los militares españoles desde San Luis hasta el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, destino final para el descanso eterno del más ilustre, apasionado y visionario de los cubanos.

El capitán español Enrique Ubieta, de origen cubano y cercano a Martí, ayudó identificar el cuerpo y, junto a otros cubanos acordó pagar el nicho donde sería ubicado el cuerpo, si la ciudad no permitía mantenerlo por el tiempo que solicitaban. No fue necesario, pues el cabildo de la ciudad accedió a concederlo gratis.

A la hora del entierro, el coronel Sandoval, encargado de dirigir las exequias fúnebres, inquirió por familiares o amigos presentes dispuestos a despedir el duelo. Nadie asumió. Tomó la iniciativa y pidió que no vieran al cuerpo de José Martí como al del enemigo, sino como al “del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles”.

Hoy la figura martiana ha trascendido quizás más de lo que él mismo imaginó. Su ejemplo y su pasión, no solo a la hora de fraguar la revolución irredenta, sino la pasión que puso en cada tarea, ignorando años de desgaste físico, enfermedad, tribulaciones, complots y decepciones, han labrado un capítulo de necesaria referencia en la historia de los pueblos. Su visión antiimperialista, humanista y su decoro estallan, se desbordan, escapan de su cuerpo mortal y de su mente gigante, para nutrirnos a todos los expuestos a su pensamiento integrador.

Murió lo físico, y a partir de ahí se multiplicó la idea, el alma, lo subjetivo. Un grande dijo: “traigo en el corazón las doctrinas del Maestro”. Los cubanos de bien pensamos así, lo vivimos y trabajamos cada día por “andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

Unirnos hoy, entendernos y respetarnos será nuestro mejor tributo.

Fuentes:

Manuel de Paz Sánchez. La muerte de José Martí: Un debate historiográfico.

Rolando Rodríguez. Dos Ríos a caballo y con el sol en la frente.

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