Tras las cortinas del machismo

Por estos días en que el discurso machista y depredador sexual del cantautor cubano
Fernando Bécquer a través de su “Guaracha Feminista” ocupa la atención de muchos
en diferentes espacios como las redes sociales, vienen a mi mente una y otra vez cientos
de hechos de violencia por motivos de género y concepciones machistas y patriarcales, de
los cuales no ha logrado desprenderse totalmente nuestra sociedad.
Y es que ciertamente, la retórica sexista de Bécquer no es casualidad, sino resultado de
una herencia misógina que se refleja todavía en algunos de nuestros espacios sociales y
políticos, aun cuando se han dado importantes pasos de avance en pos del
empoderamiento femenino, la inclusión y la deconstrucción de estereotipos
discriminatorios.
Erróneamente y fruto de ese patriarcado, muchos repudiamos hechos de violencia contra
las mujeres como la física ó sexual, en tanto, no siempre se considera
agresivo que su pareja u otro hombre la manipule, la cele y controle, revise su celular y
redes sociales o le diga qué ropa usar. Por lo general, estos tipos de comportamientos
tienden a naturalizarse o suelen considerarse inevitables.
Muy pocas personas se cuestionan el hecho de que a las mujeres se nos eduque para ser
tiernas y a los varones para ser fuertes, que se discrimine a aquellas que no encajan en el
patrón, que la mayor parte de las labores domésticas y de cuidados recaigan sobre sobre
nuestros hombros o aquella supuesta máxima de que la maternidad nos completa.
No faltan quienes culpan a las víctimas de violencia por vestirse de forma provocativa o
coquetear de más, incluso quienes se niegan a considerar los piropos callejeros como
denigrantes ó conciben a la cotidiana práctica del ciberacoso como algo totalmente
normal.
Más allá del maltrato físico o psicológico, el machismo es también sentirse incómodo
porque una mujer conduce un automóvil ó subvalorar sus capacidades profesionales; es
concebirla como objeto sexual a través de videos clips, fotos ó imágenes que mancillan
sus esencias; es no comprender que no existen roles de mujeres u hombres tanto en el
hogar como en los espacios públicos, e interiorizar que colaborar en las labores
domésticas o el cuidado de los hijos e hijas no es “ayuda” sino parte de nuestros deberes
al asumir la maternidad ó paternidad.
Sin embargo, resulta contradictorio que en ocasiones son las propias mujeres
las que siguen alimentando estos patrones socioculturales, ya sea por aceptar de forma
espontánea y casi como natural el rol de cuidadoras; o por dejar que los más pequeños
crezcan bajo la creencia de que lavar o cocinar no es cosa de “machos”, que estos no
deben llorar, y que las chicas no deben practicar deportes porque son delicadas y pueden
hacerse daño. Así, estos valores discriminatorios se transmiten, muchas veces
inconscientemente de generación en generación.
En ese camino, superar estas actitudes requiere un cambio en el pensamiento, en los
hábitos y modos de actuar, una separación de lo que tradicionalmente se ha construido
como lo femenino y lo masculino en la sociedad.
Por tanto, resulta vital continuar trabajando en el diseño de estrategias para desmontar
estas conductas patriarcales. En función de ello, se hace necesario implementar
las normativas jurídicas y políticas públicas existentes tales como la Estrategia integral
de prevención y atención a la violencia de género, el Programa para el Adelanto de las
Mujeres y la transversalización de la perspectiva de género al sistema de leyes, expresado
en el recientemente aprobado Código de las Familias.
Esta nueva legislación cubana tiene ante sí el desafiante encargo de remover
mentalidades conservadoras y prácticas machistas. A partir de diversos títulos, son
validadas responsabilidades, deberes y actitudes en los varones que significan romper
con posturas retrógradas de cómo participar en el espacio familiar, al tiempo que
democratiza la forma de educar a nuestros hijos e hijas.
Pero, además de ello, es necesario desarrollar una labor educativa que comience en la
casa, la comunidad y la escuela y se extienda a diversos espacios de la comunicación.
En ese sentido, los medios de prensa y sus plataformas digitales tienen gran
responsabilidad. Si contribuyen a visibilizar la violencia en sus disímiles expresiones,
pueden ayudar a que las personas confirmen que existe, sepan cómo se manifiesta, sus
consecuencias y reconozcan los caminos posibles para enfrentarla.
Por el contrario, si no se abordan adecuadamente estas temáticas pueden terminar reforzando
estereotipos.
Resulta evidente que hoy son múltiples los desafíos en torno a la violencia de género. No
basta con generar mecanismos para atender y prevenir sus formas más
complejas, es necesario también identificar y desmontar todos esos imaginarios
machistas que, aunque no siempre notemos, están ahí latentes en nuestras prácticas
cotidianas.
Algunos hombres todavía tienen bastante que aprender y demasiados
prejuicios que desterrar. Nosotras, en tanto, debemos seguir tratando de educar —y
educarnos— para hacer de la igualdad algo más que un discurso y dotarnos de
una mirada de género que nos transversalice y permita ver, con agudeza, qué se esconde
tras las cortinas del machismo.
Por Indira López Karell