Lo nuestro

¿Qué es ser cubano? ¿Qué significa ser parte de este país? ¿Por qué sentir orgullo?
Hoy 20 de octubre celebramos el Día de la Cultura Nacional Cubana. Hoy celebramos lo que una vez fue motivo de indignación, exaltación y rebeldía… todo a la vez. Hoy vale más dedicar un tiempo a pensar en quiénes somos, hacia dónde vamos culturalmente, qué tenemos y qué nos sobra.
Contextualicemos. El 13 de agosto de 1867 se empieza a idear una marcha que encabezara la lucha. Se necesitaba una melodía patriótica, irredenta como el cubano que prefirió la estrella antes que el yugo. Poco menos de un año después, el 8 de mayo, ya Pedro Figueredo, había solicitado al músico Manuel Muñoz Cedeño orquestar la misma. Se tocó un mes después, en la Iglesia Mayor de Bayamo.
Con aires de libertad, el 17 de octubre de 1868, muchos se preparan para la acción. Bayamo será independiente. Una cubana valiente viste de abanderada, es Canducha Figueredo, que entra a la ciudad vestida con traje blanco, gorro rojo y banda azul, roja y blanca. “¡Flota la bandera!”, dice su padre. “¡Viva Cuba Libre!”, responde la joven. Ninguno de los bandos piensa ceder. El 18 arranca el combate; dos días después, los españoles sacan bandera blanca: el mambisado celebra la rendición enemiga.
Se forma el Gobierno, el pueblo está exaltado. Perucho viene por la Plaza Mayor, con su gente, entonando la Bayamesa, conocida ya por los lugareños. “¡La letra!”, le piden, y él, al calor del momento, con la Patria hirviéndole en la sangre, redacta las letras embriagadoras del Himno. Son explosivas y enérgicas como ese pedazo de tierra libre. Así nació nuestro cántico nacional y así hoy, a 155 años, la cultura cubana se viste de gala.
Qué sobrevino entonces: décadas de guerra, de privaciones, de innovación, de ingenio y de saber hacer con lo que hubiera. Qué heredamos: fusión, ocurrencia, empatía, carisma, orgullo, autonomía, genio y bravura.
Es que ser cubano, más allá de la ciencia, más allá de las definiciones y de los estereotipos, implica darse a los demás. Ser cubano implica armar mucho por poco y emocionarse con menos. También es saber que se puede crear desde la escasez y en función del bienestar ajeno. La cubanía tiene que ver con los gustos eclécticos, con la pasión por la síncopa, lo percutido, las melodías de guitarra y el tumbao de tanta mezcla de fuera.
Somos un amasijo, el ajiaco de Don Ortiz, que nos demostró que tenemos de allá, acá y acullá. Somos tierra de talentos diversos, de ingeniosos personajes que, como Matías Pérez, volaron lejos, pero dejaron su impronta para siempre.
Ser parte de este país te enseña a gustar del guarapo, del dulce dulce, del café tradicional o del aumentado con leche todas las mañanas antes de salir a la escuela. Ser parte de este país te hace evocar los juegos de la niñez, los amigos del barrio, los dichos de toda la vida, y los cuentos de la beca…modernos o antiguos. Pertenecer a esta comunidad implica ser la familia más cercana del vecino, y como él, sufrir por cuitas ajenas. También es acostumbrarse a las peticiones cotidianas y al hablar regional, tan diverso como nuestras raíces.
Sentir orgullo de ser cubano depende de cómo estemos educando a quienes nos suceden. Depende de si los enseñamos a vivir con los pies aquí y con la mente quién sabe dónde. Depende, además, de los valores criollos que las generaciones de niños han ido sepultando a medida que van haciéndose adultas. Si ya no basta el arroz con leche, los dicharachos, los chistes, las conversaciones… Si se fomenta el vivir imitando, construyendo realidades ajenas, no.
Nos queda volver a mirar. Sobrepasar lo negativo que la globalización acarrea… lo negativo. Nos queda mirar desde la transmodernidad, como una vez me comentó una profesora universitaria, para sacudirnos el influjo de las industrias culturales y todo aquello que nos despoja de la verdadera identidad cubana, de nuestra idiosincrasia -no aquella falsa cubanía o vuelta a las raíces que se lleva como un traje, no como un sentimiento-. Nos queda mejorar la actitud.
Por Osleydis Pérez Ferriel


