El Eco de Baraguá: la voz de los que no se rinden

Ser un eterno Baraguá es el destino de un país. Han pasado 147 años desde aquel día en que bajo un inclemente sol, en el agreste paraje oriental, Antonio Maceo desafió el curso de la historia. La rendición sin honor era inaceptable para él, para su espada, para su firme mirada y para sus ya maltrechas pero inquebrantables tropas.
Una guerra larga y un pacto amargo que ofrecía reformas políticas y amnistía, pero omitía la independencia y la abolición total de la esclavitud llevaron a aquella mítica escena en Mangos de Baraguá. Maceo, hijo de una madre ferozmente independentista, encarnaba la informidad, y con apenas los leales que le quedaban, rechazó el pacto.
A Arsenio Martínez Campos, general español y arquitecto del Zanjón, le tocaría la misión de sumar a Maceo a la paz. Breve y tensa, la conversación ha pasado a la historia como uno de los diálogos más patrióticos y decisivos del carácter intransigente de todo un pueblo. Aquel “No nos entendemos!” de Maceo no solo impresionaría al enemigo, sino se convertiría en estandarte glorioso de una estirpe mambisa.
Otras muchas páginas de la historia reinvindicaron el faro moral de este hecho: la protesta de los Trece, la huelga nacional revolucionaria o Girón, muestran como Baraguá renace en Cuba. Renace nuevamente hoy, en la batalla que libramos contra el bloqueo económico que nos asfixia y con que tampoco nos entendemos.
Es la voz de los que no se rinden. Maceo, el Titán de Bronce que dijo “no” cuando el sí era más fácil, enseñó que algunas derrotas son semillas de victorias futuras. En cada lucha por la dignidad, un grito resuena, un llamado alerta, un pueblo pelea y un machete, en lo alto del firmamento, sostiene nuestra historia.
Por: Laura Marian Bacallao Padrón
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