Código de las Familias en Cuba: más allá de su entorno jurídico

Código de las Familias en Cuba: más allá de su entorno jurídico

26 septiembre, 2021 Noticias 0

Son tiempos de cambio (necesarios unos, otros inherentes), de grandes transformaciones en el orden político, económico y social, y habrá quien pueda pensar que son muchas y que han emergido en muy poco tiempo, apenas dejando pocos momentos para analizarlas e incorporarlas, aunque si lo pensamos bien, todo – absoluta e invariablemente todo – está en constante cambio (Ley de la Dialéctica).

Pregúntese Ud. mismo, ¿soy yo exactamente igual a la persona que era hace 10, 5 años?, ¿a la que era el año pasado?, ¿me gustan y disfruto de las mismas cosas que entonces?, ¿pienso, siento y actúo de manera similar? Existe una alta probabilidad de que todas las respuestas a estas preguntas estén en sentido negativo. Y esto no sucede sólo en el plano individual, también acontece en la colectividad, la sociedad.

Desde que fuera aprobada en referendo popular y proclamada el pasado 10 de abril de 2019 la nueva Constitución de la República de Cuba, y como derivación esencial para dar cumplimiento a sus estatutos, se han venido suscitando actualizaciones de los instrumentos legislativos y jurídicos que acompañen el desarrollo de los derechos y deberes del Estado y la ciudadanía.

Entre las más esperadas de estas disposiciones jurídicas, polémica de hecho y necesaria por derecho, es la versión 22 del anteproyecto del Código de las Familias, cuyo análisis hoy nos ocupa (claro que desde una visión diferente a la legalidad, eso ya está oportuna y justamente definido en el propio Código). Desde ya les hacemos la invitación para su lectura y estudio detallados, para que valore Ud. mismo cuánto de novedoso, revolucionario (entendido en términos de avance) y, por qué no, de paradójico tiene este documento. Razones sobradas para que la familia, como unidad social básica, sea uno de los principales propósitos para el Estado cubano.

La familia ofrece un modelo de vida, que como comunidad de valores y afectos, es el espacio privilegiado para aprender a vivir en sociedad, construir bienestar y felicidad compartidos y edificar la nueva realidad para el hombre nuevo. Y este modelo pudiera significar un paradigma de vida para el desarrollo de la humanidad; de ello se desprende la importancia de empoderar a la familia desde las políticas sociales y las regulaciones en el marco legal, como sendas exclusivas para el logro de la felicidad y el desarrollo colectivos.

Atinadas en esencia la conceptualización y funcionabilidad de las diversas instituciones jurídico-familiares recogidas en este código, coherentes con el carácter humanista de nuestro sistema social y las disímiles y aceleradas transformaciones que la sociedad ha experimentado.

La familia de hoy, retomando los supuestos dialécticos, ha sido uno de los grupos que mayores cambios ha sufrido. Y esto no es un fenómeno reciente. Recuerdo que en mi época de estudiante, cuando estudiábamos este tema (valga la redundancia), ya se encontraban diferencias entre los materiales bibliográficos que consultábamos y la realidad existente (la cual es siempre mucho más rica de lo que pudiera reflejar la literatura) en cuanto a tipos, características y funcionamiento de este grupo primario.

En la actualidad la familia transfiere su verdadera identidad al reconocimiento de las diferencias y la diversidad, al menos en su inmensa mayoría, para no pecar de absolutistas. Por sólo poner algunos ejemplos del antes y ahora relativo a la familia: hace 50 años (por expresar una cierta cantidad de tiempo, pudiera moverse atrás o adelante según) una madre soltera era mal vista por toda la comunidad, a veces incluso rechazada por su propia familia, los hijos con orientación sexual homosexual (de ambos sexos sin distinción) eran expulsados del núcleo familiar (la televisión y el cine cubanos tienen en su haber excelentes ejemplos de ello); ahora las familias de hijo y madre soltera son parte de la cotidianidad y existen familias formadas por dos personas del mismo sexo, con una cada vez mayor aceptación por sus respectivos familiares y el entorno social en el que viven (vecinos, comunidad).

Claro que estas no son las únicas circunstancias de desarrollo familiares, ni las mismas ocurren con una ordenación general; como todo lo humano, no es resultado de una ecuación lineal en la que dos más dos siempre suman cuatro (en el sistema numérico decimal), sino que es consecuencia de múltiples factores entre los que despuntan la subjetividad, nuestras creencias y cosmovisión.

Corresponde a todos entonces trastocar los modos patriarcales, tradicionales que sostenían nuestra visión de la familia. Albert Einstein dijo una vez: “Todo ha cambiado excepto nuestra forma de pensar”. Las personas se resisten al cambio porque lo desconocido, lo nuevo, lo diferente siempre genera incertidumbre, miedo.

Cuando nuestras creencias sobre un determinado aspecto están bien arraigadas, firmes, todo lo que se salga de ese marco estará incorrecto, aunque a todas luces ampliar nuestro modo de ver el asunto nos traería beneficios emocionales, personales, familiares, nos ofrecería felicidad. Claro que un verdadero cambio de esquemas, conceptos, paradigmas, en fin de mentalidad, no puede ser impuesto, como tampoco es algo que sucede “de la noche a la mañana” (como se suele decir popularmente), sino que debemos, tanto como necesitamos impulsarlo, favorecerlo. ¿Cómo? En primer orden teniendo la intención de cambiar, definitivamente este sería el paso uno, aunque el componente volitivo no resuelve el problema por sí mismo. Luego la acción, comportarnos en consecuencia, rompiendo viejas barreras, aprendiendo unos de otros, escuchándonos, dialogando desde la base del respeto y la comprensión conjuntos, reconociendo los desafíos y realidades que vivimos y las realidades ideales que quisiéramos.

No podemos obviar la responsabilidad individual, ya que el pilar de todos los cambios se encuentra real y esencialmente en el hombre mismo, y que indefectiblemente se traduciría en un cambio grupal, social, que en proporción directa conduciría al bienestar de la familia. Cardinales los artículos 5 y 6 del código relativos a los derechos de la infancia y la adolescencia en el ámbito familiar y el interés superior de niñas, niños y adolescentes porque, como expresara José Martí, “…los niños nacen para ser felices”.

Y a su felicidad y bienestar nos debemos todos, pero la familia tiene protagonismo en este sentido, por ser la primera red de apoyo social en la que se educan nuestros pequeños. Debería ser la felicidad de los niños el punto de partida, trayecto y fin natural del desarrollo humano. Hoy los modelos de felicidad que rigen en las denominadas “sociedades de consumo o posmodernas” se encumbran desde la cultura del éxito, basada en el tener y no en el sentir, se venden fórmulas que asocian el poder, el ganar dinero, el tener bienes materiales y propiedades con la verdadera vía para alcanzar la felicidad, realidad de la que lamentablemente no escapa la sociedad cubana.

Toca a la familia estructurar y fortalecer la cohesión emocional entre todos sus miembros, en especial con sus niños, pasar tiempo de calidad con ellos, fomentar el diálogo, la comunicación abierta, no desde la imposición – como suponían las pautas patriarcales –, sino desde la comprensión, el entendimiento, el reconocimiento como individualidad, y por tanto, de sus derechos, educarlos en una formación ética y de valores esenciales para su desarrollo como el amor a la vida, la paz, la solidaridad.

Es el reto que tiene la familia en la actualidad, estar disponibles para nuestros niños y adolescentes, atentos a sus necesidades de primer orden, brindarles seguridad emocional, confianza, calor, que nuestros niños y adolescentes sientan la presencia de sus seres queridos, si bien no siempre desde la convivencia, sí desde los afectos. Sólo acotar además que los niños y adolescentes de hoy, serán los hombres y mujeres de mañana, y si son felices en su infancia y adolescencia, serán en el futuro hombres y mujeres íntegros, adaptados a su realidad y tiempo, constructores de un futuro mejor, de una sociedad mejor.

En lo particular aprecio que en este código de familia destella su carácter humano, con base en relaciones de igualdad, apoyadas en el equilibrio de los aspectos afectivo y biológico y en los valores, la ética y el principio de dignidad plena del hombre. Martí no pudo expresarlo mejor: “…dígase hombre y ya se han dicho todos los derechos”. Las diferencias existen y existirán siempre, son las que hacen rica la vida e impulsan el desarrollo en todas las direcciones; pero lo que sí es una generalidad es que todas las personas somos seres humanos, sujetos a iguales deberes y gozar de iguales derechos.

Cada quien construye su propio proyecto de vida, su propio modelo de felicidad según lo que considere es la felicidad, que indiscutiblemente no es lo que los otros creen que es la felicidad, con límites sólo en los derechos colectivos, en el bienestar y seguridad de los demás, porque igual no puede ser la felicidad de uno al costo de la felicidad de los otros, “sin daños a terceros” como bien promulga la letra de la canción de igual título de Arjona.

A modo de una primera conclusión, porque el documento del anteproyecto del Código de las Familias es bastante extenso e integrador, lo cual nos llevará sin dudas a nuevos análisis y reflexiones, estimamos que seguramente este código se irá nutriendo de los diferentes procesos a los que será sometido previo a su institución como ley, en primer orden el de consultas especializadas (en el que ya se encuentra) hasta el de consulta popular, y no porque así lo establezca el procedimiento jurídico, sino porque la realidad es tan efervescente, más de lo que pueda reflejar ningún código, y la sociedad y las familias tan diversas, que con certeza se enriquecerá (para bien en mi opinión) la nueva ley que rija la estructura y funcionamiento de la familia cubana.

Por: leticia Patorrecio

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