“Evoluciona: por todos y todas”

“Entre marido y mujer nadie se debe meter”, reza una popular frase con la cual se enmascaran muchas veces los maltratos ocurrentes al interior del matrimonio y que tiende a invisibilizar la violencia por motivos de género,
definida como la que se ejerce contra la mujer por su condición humana y que ocasiona un posible daño físico, sexual ó psicológico.
Ciertamente, durante siglos de relaciones asimétricas de poder, la violencia contra la mujer en el hogar transitó por el estereotipo de ser un problema inherente a la pareja, obviando la trascendencia de un flagelo latente en todas las naciones del orbe y que compete a la sociedad en su conjunto.
En la Mayor de las Antillas, con una rica historia en la reivindicación femenina, el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959 marcó un antes y un después en el modo de encauzar soluciones desde la gestión
institucional para la prevención y atención de la violencia contra las mujeres y las niñas, expresado a través de la Federación de Mujeres Cubanas, las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, la Conferencia de Beijing y
otros espacios, que marcaron el nacimiento de una voluntad común a favor
de quienes históricamente fueron dianas del maltrato.
Hoy también se apuesta por revertir la realidad mediante políticas públicas, lo refrendado en los objetivos 55 y 57 de la Primera Conferencia del Partido Comunista de Cuba, numerosos estudios académicos y el quehacer de
instituciones de diferentes sectores.
Asimismo, el anteproyecto del Código de las Familias, objeto de discusión por estos días previo a su aprobación por la Asamblea Nacional del Poder Popular en diciembre próximo, ofrece una mirada transversal a las
diferentes manifestaciones de violencia, así como al establecimiento de mecanismos para su prevención y protección de las víctimas en el marco jurídico.
Si bien es cierto que en Cuba la trata de mujeres, la prostitución forzada, la mutilación genital femenina y el feminicidio representan realidades ajenas a nuestro contexto, continúan latentes otras formas de violencia, incluyendo la muerte ocasionada por la pareja, fruto de una cultura que aún no consigue desprenderse de las cadenas del machismo y los dogmas del patriarcado.
Más allá de las magulladuras en cualquier célula de nuestra anatomía, las mujeres hoy también enfrentamos muchas veces otras formas más sutiles de violencia como “miradas intimidades” tanto en el escenario público como laboral, la escasa autonomía para elegir una prenda de vestir o al adoptar determinadas decisiones en torno a la economía familiar, los “piropos callejeros” y la violencia simbólica, que tiende a denigrar nuestra imagen a través de la subordinación, victimización, espectacularización, cosificación y otras fórmulas.
De igual manera el ciberacoso, esa expresión actual de asedio en el ámbito digital y la violencia obstétrica representan otras formas que provocan daños psicológicos y sociales tales como miedo, depresión, aislamiento,
sentimiento de culpa, desprotección y vulneran nuestra psiquis y espíritu.
Un lugar no menos trascendente lo ocupa la violencia doméstica, manifestación que con el auge de la pandemia de COVID-19 ha ido en ascenso, debido a que el mayor peso en las labores hogareñas y del cuidado
y educación de los hijos e hijas recae en las mujeres, quienes además deben sortear esas faenas junto a diferentes responsabilidades laborales.
Sin embargo, la existencia de estereotipos de género que tienden a legitimar los comportamientos de los hombres y a culpabilizar socialmente a las mujeres, la carencia de conocimientos y herramientas para salir del ciclo de la violencia, el temor a ser revictimizadas y la necesidad de contar con un mayor respaldo jurídico, constituyen pistas para comprender por qué muchas optan por esconderse tras “los mantos del silencio”.
Sirva pues, este 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia hacia las mujeres y las niñas para sumar voces de reclamo hacia ese sensible tema, apropiarnos de una perspectiva de género y redescubrir
rutas que contribuyan a desmontar el velo hegemónico-patriarcal, promover nuevas mascu¬linidades y avanzar en la autonomía y empo¬deramiento de las mujeres.
Solo si asumimos la necesidad de “Evolucionar” como algo más que una palabra, lograremos construir una sociedad más justa e inclusiva, sin esas cicatrices perpetuas en el alma que laceran el respeto y nuestra dignidad
como seres humanos.
Por Indira López Karell