Pablo de la Torriente, cronista de su tiempo

Pablo de la Torriente, cronista de su tiempo

19 diciembre, 2022 Crónicas 0

Vivió con la intensidad de sus relatos y la pasión de luchador antimperialista. En España libró su último combate el 19 de diciembre de 1936 con apenas 35 años.  Nació en San Juan, Puerto Rico el 12 de diciembre de 1901, pero era cubano, patria en la que se formó y creció desde los 5 años de edad, Pablo de la Torriente Brau.

Fue un cronista imaginativo e incesante de los múltiples y cruciales acontecimientos históricos por los que transcurrió su vida en Cuba, Estados Unidos y España. Aprendió a leer con un ejemplar de La Edad de Oro, de José Martí, que le envió desde San Juan, su abuelo materno, el periodista e historiador puertorriqueño Salvador Brau.

En la capital cubana, Félix de la Torriente, su padre, ejerce la pedagogía y el periodismo. No tardaría él en incursionar en esta esfera, imprimiéndole a sus textos un estilo propio, al vincular las ricas formas del lenguaje popular y el humor, y sus vivencias personales para criticar temas muy serios como la guerra imperialista y su iconografía, ejemplificado en su texto “Aventuras del soldado desconocido cubano”, denunciando los crímenes del gobierno de Gerardo Machado y, posteriormente la condición de injusticia de la vida republicana en el país.

Considerado por ello como padre del género testimonio en Cuba. Sus libros conservan la frescura y la fuerza a pesar del paso de los años. Su última etapa de trabajo periodístico transcurrió en la Guerra Civil Española, a donde acudió como corresponsal de varias publicaciones de América Latina y Estados Unidos, en septiembre de 1936; y donde escribió las crónicas recogidas posteriormente bajo el título de Peleando con los milicianos.

Allí asumió las funciones políticas en un batallón, como comisario de las Brigadas internacionales que se unieron a la República Española en su pelea contra el fascismo. Murió combatiendo en Majadahonda, durante la heroica defensa de Madrid hace 86 años.

El corresponsal mantiene intacta hasta su muerte su ilusión revolucionaria. Tal y como afirma Niall Binns, sirviéndose de los conceptos de André Malraux, “hay casi siempre en Torriente Brau una fusión de la ilusión lírica y la necesaria disciplina de un buen comunista para organizar el apocalipsis”. No obstante, a la par, la lectura de las cartas permite visualizar la conversión del periodista en soldado y la insensibilidad que van provocando en él los horrores de la guerra. La primera reflexión que evidencia su alarma se produce en la carta del 4 de noviembre, donde se asusta ante el cálculo de bajas de una maniobra: “Pienso en el número de muertos que esto costará, y me asombro de que sólo me queda el asombro aritmético. La muerte pierde su prestigio en la guerra. Porque se hace una prostituta barata. De veras hay que morir por acabar con la guerra” (p. 82).

Tan sólo unos días después, observa el mismo efecto en Pepe Galán, que ante la muerte de su compañera prosigue su rutina cotidiana -sonrisas a los chistes incluidas- y únicamente se limita a comentar: “¿Has visto qué mala suerte?”; disgustado, el periodista concluye: “La guerra es tan dura que quita el dolor”. En la carta del 21 de noviembre refiere:

¿Qué me falta ya por ver, palpar y sentir de la guerra? Bueno, sentir, no. No se siente nada en la guerra. Terminó con ella la sensibilidad humana. Anoche regresaba en el carro con Campesino y traía en la mano el diario de un desertor que acababa de ser ejecutado. Y bromeábamos, con absoluta naturalidad, del frío que estaría pasando su cadáver, bajo la noche inclemente, de un fino e interminable lloviznar helado. Con su diario en la mano cabeceé un poco en tanto llegamos a Madrid. Comenzaba en francés; luego seguía en español.

Mientras cenaba iba leyendo y en esto me lo pidió otro con la promesa de devolvérmelo. Probablemente se perderá. Sin embargo, yo era un hombre sensible y acaso lo vuelva a ser. La otra noche, mientras se resolvía un asunto, López, el ayudante de Pepe Galán, abrió el radio del coche en mitad de un campo silencioso, cerca del enemigo. Tocaba una de las sensitivas baladas de Chopin que tantas veces he oído en medio de públicos recogidos, casi angustiados de emoción.

Yo, mientras ponía más atención a los posibles ruidos cercanos, recordé con cierta pena el tiempo en que la música tenía para mí horizontes más diversos que el de los himnos de la revolución desacordemente entonados por las compañías en marcha, estrafalarias, soñolientas y animosas. Pero así es la guerra de inhumana e insensible. Por eso nadie podrá jamás pintarla bien. Cuando uno se pone a escribir es que, por un momento siquiera, le ha vuelto a uno su capacidad de emocionar el recuerdo. Y ya es falso todo.

Con solo 36 años se apagaba la vida de este joven periodista, corresponsal de guerra, escritor, ejemplo de internacionalismo.

Por: Adary Rodríguez Pérez

 

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