Te soñamos, Agramonte, hecho leyenda

Te soñamos, Agramonte, hecho leyenda

23 diciembre, 2022 Crónicas 0

Amanece y como cada 23 de diciembre tu nombre vibra en El Camagüey y en toda Cuba. En las escuelas, en los centros de trabajo se recuerdan tus hazañas, tu entereza, tu hidalguía; y en muchos casos se torna en canto el tributo a El Mayor.  (Canción de Silvio Rodríguez)

Te soñamos, como nos cuentan las anécdotas, como ha quedado en la historia, cabalgando por las llanuras de esta tierra tuya, blandiendo el machete, desafiando la muerte para conquistar la independencia.

Así, asientas el campamento en medio del monte, los días pasan, la caballería busca y enfrenta a los españoles, libra combates, escaramuzas y regresas luego al improvisado refugio, al Idilio junto a tu amada. La comitiva se mueve al amparo de los árboles. Los caballos marchando delante, los jinetes, sin importar lo rasgado de sus trajes mambises, van orondos y firmes, los sigue una legión de cubanos a pie, de campesinos y negros libres, de hombres que buscan a través de la guerra, la paz y el reconocimiento de sus derechos con dignidad.

Desde tu posición de Mayor General pero a través del respeto ganado con ejemplo y principios dictas órdenes certeras, incuestionables y la tropa se organiza, entrena, corre, ataca, defiende, sale  a la batalla. A su paso temen los soldados del Rey y las hazañas hechas leyenda hablan de héroes, como la que protagonizaste junto a aquellos 35 jinetes al enfrentar una tropa de infantería española integrada por más de 120 hombres y saliste airoso, tras rescatar ileso al brigadier Julio Sanguily.

Más de 100 combates librados en menos de un lustro afianzan al estratega militar que funda escuelas para entrenar a oficiales y soldados, al valeroso caudillo que impuso estricta organización y disciplina a sus tropas.

Ser respetado y admirado por Gómez ya es un laurel indisputable. De estos casos, ha de sumar cientos el jefe camagüeyano, que está en todo y que ha logrado lo que tanto necesitan las tropas camagüeyanas: la disciplina. Sus coterráneos le miran con una confianza ilimitada. Le tienen por hombre de las más altas virtudes. Cuando da una orden, todos se precipitan ciegamente a cumplirla porque lo ha mandado el Mayor”. (Sterling, 1936)

Te imaginamos como te describiera José Martí en su texto: “Céspedes y Agramonte”: Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello negro encajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa, como para que la besase la gloria: oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón; se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito; se le humedecían los ojos cuando pensaba en el heroísmo, o cuando sabia de una desventura, o cuando el amor le besaba la mano: “¡le tengo miedo a tanta felicidad!” Leía despacio obras serias. Era un ángel para defender, y un niño para acariciar. De cuerpo era delgado, y más fino que recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud. Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros; y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción, como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta la cabeza.

“Paladín de la vergüenza” como te llamaran los mambises,  supiste cambiar la pluma de abogado,- esa que solo cesó en los estudios cuando logró alcanzó el grado de Doctor-, por el filo del machete al llamado de la Patria, decisión reafirmada en la Junta de Minas ante la propuesta de deponer las armas de Napoléon Arango:

Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan: Cuba no tiene más camino que conquistar su redención, arrancándosela a España por la fuerza de las armas.[i]

Tu voz se escuchó firme y tu digna postura llevó adelante la guerra en Camagüey y otra vez vibró tu verbo de abogado, en la Asamblea de Guáimaro y tus ideas de gobierno fueron las más aceptadas, apoyado por la delegación de Las Villas. Eran tiempos de guerra y un mando militar único quizás fuera lo más adecuado pero temías acaso al caudillismo y la dictadura y que peligrara la República democrática con la que soñabas.

Y aunque tus desaveniencias con el presidente Carlos Manuel de Céspedes te hicieron renunciar al mando del ejército camagüeyano, nunca dejaste de servir a la Patria, de luchar y asumiste nuevamente la jefatura cuando Céspedes te lo pidió. Y como relatara Martí, tu amor por Cuba era tan grande como tu virtud y ante la censura que hacían del gobierno lento tus oficiales, de pie, alarmado y soberbio expresaste: “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!”

Apenas contabas 32 años cuando una bala en tu sien puso fin a tanta luz inmortalizándote en la historia. Nos legaste tu ideario, tus  hazañas, tu fuerza, tus principios, tu ejemplo de caballerosidad y honor, de héroe romántico, eterno enamorado de su esposa.

Tu epistolario con la joven Amalia, tu amada esposa y madre de tus dos hijos: Ignacio y Herminia, a quien no llegaste a conocer, ha inspirado a poetas y aún nos hace suspirar ante tanta entrega y unión entre dos almas nobles, consagradas a la Patria. La despedida de la carta fechada el de 18 de abril de 1870 es tan solo un destello de ese gran amor.

“No dudes jamás, ángel adorado, de que tu amor es la dicha de esta alma enamorada, tuyo eternamente,

          Ignacio

Ante la imagen esculpida en mármol, fundida en bronce, la

ofrenda floral confirma la certeza de tu legado, de tu impronta en los cubanos de hoy, de cuanto nos falta aún por conocer de ti y de crecer en tu ejemplo para rozar tu gloria y de cuán orgullosos estamos tus coterráneos de que se nos reconozca como agramontinos.

[1] Ignacio Agramonte en la Junta de Minas, el 26 de noviembre de 1868

Por: Adary Rodríguez Pérez

 

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