Del amor… y sus demonios

Las personas le asignamos un valor supremo a la compañía de los otros y estructuramos nuestro proyecto de vida en relación con el otro, en colectividad, esto es una realidad indiscutible, porque somos seres sociales, y todos nacemos con la predisposición de amar, y dejarnos amar BIEN. ¡Atención!, al término bien que está escrito en letras mayúsculas con toda intencionalidad.
Tendemos a experimentar el amor, o lo que creemos que es amor – el desamor – en sus más diversos niveles de intensidad, entre altibajos, ya sea por la carencia o exceso del mismo; lo que, en consecuencia, y con cotas similares, nos deja profundas “heridas” psíquicas o agradables sensaciones de bienestar y felicidad. Justamente porque ignoramos (consciente o inconscientemente) el “término medio”, y preferimos el camino entre la vivencia del amor caótico y la búsqueda del amor ideal que nos complete y nos proporcione una sensación de plenitud y gozo. He aquí el primer punto de análisis. Y es que desde la propia comprensión de lo que es el amor, equivocamos la ruta.
En principio, se nos enseña a buscar el amor ideal, como el de los cuentos infantiles, nuestra media naranja, a esa persona que cumpla nuestras necesidades y expectativas del todo, siendo este un concepto de amor “perfecto”. Pero en la medida que vamos adquiriendo experiencias afectivas en el orden de las relaciones de pareja, ese constructo de amor “ideal” se comienza a alejar cada vez más de la realidad, teniendo menos esperanzas de vivenciar este sentimiento y/o encontrar a esa persona que nos complemente totalmente. Esto pasa y _ lo que es más apremiante_ pasará, en tanto no comprendamos que el amor real sólo es posible en el encuentro entre dos completos, es decir, que cada persona forma una unidad (entiéndase unidad como personalidad bien estructurada) y desde la posibilidad de ser y sentirse uno mismo con otros, sin reducir el sentido de integridad e independencia (desde la individualidad), toma la decisión de compartir la vida con otra persona, de crear un proyecto común con el otro.
Entonces ¿qué es el amor? En su sentido más etimológico y de manera resumida, lo definiríamos como: el querer el bien del otro. Se correlaciona con la idea de dar y recibir de Erich Fromm, destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista del siglo XX, para quien el amor es un acto de la voluntad: la decisión de amar (cuidar, responsabilizarse, respetar y conocer) a una persona.
Pero no siempre el amor se estructura como una fuerza positiva, pues existen maneras muy diferentes de amar, no todas positivas, ni felices, ni deseables. A veces el amor, sólo nos proporciona displacer y sufrimiento. Nos referimos a esas “relaciones tóxicas” (como comúnmente se les conoce), que en Psicología se les denomina relaciones disfuncionales, relaciones dañinas que suelen extenderse en el tiempo, a pesar de sus efectos nocivos en las partes implicadas, las cuales no se manifiestan exclusivamente en el vínculo amoroso (relación de pareja), sino también en las relaciones de amistad, laborales, e incluso de familia.
De hecho, la familia, entendida como unidad social básica y uno de los principales espacios de formación y bienestar del ser humano, donde se estructuran nuestros primeros vínculos emocionales, además de valores, sentimientos, patrones de comportamiento, etc., constituye un factor determinante en la manera en que establecemos lazos afectivos en el resto de ámbitos de la vida, en las distintas etapas de nuestro desarrollo. Si crecemos en un ambiente familiar seguro, en el que se respeta la individualidad, aceptando las diferencias de cada quien y cuidando al tiempo de los propios intereses y nuestras emociones; o por el contrario, si hemos sido educados al interno de una familia en la que no nos hemos sentido seguros o protegidos, porque existen modelos de conductas pasivo-agresivas, no se nos tiene en cuenta en el proceso de toma de decisiones, dando poco o nulo valor a nuestras opiniones y sentimientos, es muy probable que reproduzcamos estos modelos de conducta en nuestras relaciones interpersonales y/o sociales (de pareja o amorosas, amistad y/o de trabajo) en el futuro.
Queda claro entonces que el origen de estos mecanismos y comportamientos disfuncionales se producen en las primeras etapas del desarrollo humano, en las experiencias y vivencias que tengamos en nuestros primeros años de formación y crecimiento como personas. Pero, ¿qué caracteriza a las relaciones disfuncionales o “tóxicas” _como prefiramos llamarlas_?
Existen algunos factores elementales que transforman una relación en poco saludable o dañina. Contrario de lo que ocurre en una relación sana, esta clase de relaciones genera un entorno de inseguridad e inestabilidad emocional para las partes implicadas, el irrespeto a la individualidad (sea en relación a la privacidad, los sentimientos o a las opiniones y deseos personales) se convierte en una constante: una “norma”, la capacidad de comunicación de manera asertiva (de expresar nuestros pensamientos, sentimientos y deseos, sabiéndonos con derecho a tenerlos y decirlos de una forma equilibrada y con buenas maneras) está sumamente limitada, y en lo absoluto son resilientes, o lo que es lo mismo, toleran poco y muy mal los cambios. Es frecuente que se produzcan emociones negativas, invasivas, egoístas, que no permiten ver, sentir o hacer otra cosa que no sea lo que ellas dictaminan, las cuales se corresponden con un modelo de inadecuación autovalorativa (relativo a la valoración de sí mismo) como: celos, rencor o culpa (según la postura que se asuma en la relación), sentimiento de posesión, control excesivo, apego inseguro o insano, entre otras.
Comúnmente se evidencia:
necesidad de aprobación: se busca la aceptación incondicional de todo cuanto se dice y hace en nombre del “amor” que se tienen, además de seguridad, estabilidad y comodidad en la relación. Se evidencia la necesidad de recibir un trato cargado _en exceso_ de afectividad y mimos, todo lo cual se debe a un gran miedo a estar solos, suponiendo una gran inseguridad y baja autoconfianza que caracteriza la estructura básica de las personalidades que conforman la relación (más evidente en una de las partes).
Dependencia emocional (de ambas partes, con diferencias en cuanto al origen y magnitud de este apego). Está intrínsecamente relacionada con la inseguridad antes mencionada, ya que se percibe la felicidad propia en relación directa y proporcional a la aceptación del otro, lo cual se convierte en un interminable ciclo vicioso (entiéndase por esto que la dependencia tiene su raíz en la inseguridad y a su vez, la inseguridad crea dependencia), que causa adicción a la pareja.
Obsesión con la relación: opuesto a las relaciones sanas o funcionales, basadas en la confianza y la libertad de elección entre las partes, este tipo de relación se fundamenta en no dejar ni respirar a la pareja _como se suele decir popularmente_, se necesita tener controlado al otro en todo momento y saber ¿qué hace?, ¿dónde va?, ¿con quién se reúne?, lo que tiene estrecha relación con el sentimiento de posesión del que hablábamos anteriormente, llegando incluso a la prohibición de determinados comportamientos y, en un grado superior, de anular por completo a la pareja como persona.
No hay espacio para la negociación, porque una o ambas partes creen tener siempre la razón y se pretende culpabilizar al otro constantemente; contrario a las relaciones sanas que, ante el surgimiento de un conflicto o un problema, cada cual asume su parte de responsabilidad y son lo suficientemente empáticos para entender y respetar el punto de vista del otro.
La relación se construye sobre una base idealista, irracional, en el sentido más negativo de la palabra. Idealizar a las personas o la relación en sí, es malsano, tan dañino y peligroso como el chantaje y la agresión _la violencia en general, en cualesquiera de sus manifestaciones_, porque como reza un dicho popular, “el que vive de ilusiones muere de arrepentimientos”. Las expectativas irreales, la idealización, inequívocamente nos conducirán a la decepción, al reproche, a la frustración, a la culpa y a establecer un vínculo frágil que, con el tiempo, transformarán la relación en un medio desfavorable para nuestro desarrollo y crecimiento personal.
A grandes rasgos y en resumen, son relaciones “huracanadas”, cuyos mecanismos de funcionamiento se encuentran descolocados y basados en el poder, la manipulación, el egoísmo, la agresividad, entre otros comportamientos disfuncionales que, al manifestarse de manera recurrente, acaban por traernos sufrimiento, tristeza, apatía, que es la forma de vivenciar el “amor” cuando nos hayamos envueltos en este tipo de relación tóxica, porque perdemos la capacidad para sentirnos felices dentro de la misma. Entonces el amor bien puede darnos bienestar y felicidad, o quitárnosla, téngalo a consideración.
Hay quienes dirán “yo soy un imán para las relaciones tóxicas”, “¿qué puedo hacer?, las atraigo”. Deviene entonces la pregunta: ¿se puede evitar caer en una relación insana? Mi respuesta: ¡por supuesto!
- Si Ud. tiene pensamientos como: “¿y si es mi última oportunidad de encontrar el amor?, no voy a desperdiciarla”, “puedo domar a este chico (a) malo (a)”, “mi amor es demasiado intenso, puedo arreglar cualquier problema”, es muy probable que tenga un problema de base, consigo mismo, como ya vimos que ocurre si nos formamos en un entorno inseguro; lo que no constituye un motivo para desalentarnos porque siempre se pueden estructurar nuevos esquemas conceptuales y, en consecuencia, aprender nuevos modelos de comportamiento, eso sí, con mucho trabajo propio y apoyo de quienes nos traten y quieren bien, de quienes nos sumen y nos hagan sentir valorados. Y en caso de que las expresiones reales de estos sentimientos y conductas sean extremas, recurrir a un especialista es lo mejor.
- Identificar nuestras fortalezas y limitaciones con objetividad, siendo sinceros y autocríticos con nosotros mismos, sólo así podremos ser capaces de detectar y afrontar los comportamientos nocivos de los demás, pero también los propios. Ello requiere un ejercicio constante de responsabilidad, la cual comienza por hacernos responsables de nosotros mismos, para luego poder establecer relaciones saludables con los demás.
- Fortalecer la confianza, tanto la propia como la que se da en la interacción con el otro. Esto sólo se logra si permitimos que el amor se muestre desde la elección, no como algo casual sino como la decisión pensada y valorada de que hemos escogido a la persona con quien queremos estar realmente.
- Asertividad como base de todas y cada una de nuestras relaciones. Lleva mucha práctica, pero, asimismo, incontables beneficios. En tanto seres sociales, la comunicación es parte indisoluble de nuestras vidas, pero si empleamos un lenguaje claro, directo, honesto, haciendo valer nuestros argumentos, sin ánimos de herir o minusvalorar al otro, y sin pretender que nuestro criterio prevalezca, a la vez que no aceptamos imposiciones, es decir, una comunicación fundamentada en el respeto a los demás y a nosotros mismos, podremos establecer relaciones saludables (funcionales) en todos los ámbitos de nuestro desarrollo.
Finalizamos con una frase de Charles Chaplin, que en lo particular me encanta y que resume lo esencial que debemos aprender y aplicar respecto al más grande de los sentimientos humanos: “No muere el que ha dejado de vivir, sino el que ha dejado de amar”, … pero AMAR y dejarnos amar BIEN.
Por: Leticia Pastorrecio González, psicóloga de la Dirección de Comunicación Institucional (UC)